Año nuevo de agua, año nuevo de tierra. Año nuevo que se acerca en los mercados, con las telas de flores, con las vasijas de color plata y los perfumes de aguas doradas con flores; con los animales en sus pequeñas jaulas de bambú; con las banderas-guirnaldas de colores y con una enorme variedad de pistolitas, fusiles y metralletas de agua de Doremón, de Hello Kitty, de Ben Ten y de un etcétera infinito de los superhéroes infantiles.
Todo eso se vende. Se vende para vestir a las personas y a las casas de colores; se vende para tener algo nuevo que contenga la tierra para las phrasai, las torres y las pagodas de arena de los templos; se vende para colorear y perfumar de dorado el agua que bañará a los Budas; se vende para estar bien armado en las guerras de agua por las calles.
Y sin embargo, nada de esto se compra con el dinero que se usa cotidianamente; ni siquiera el dinero que sirve para comprar los pájaros, las ranas, las tortugas y las culebras con el único propósito de liberarlos en los templos y en los campos; tampoco el dinero para el perfume que teñirá de oro el agua con el que lavan las manos de los ancianos y los siete Budas correspondientes a los días de la semana; mucho menos el dinero que sirve para la tierra que la gente lanza a las torres construidas para que la gente pueda regresarle al templo el polvo que se lleva de él durante todo el año en las plantas de sus pies.
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