Tuesday 30 November 2010

Los nombres del sol en Egipto

El sol en Egipto viene cada mañana de una vagina, la de Nut, la diosa de la noche. Viene para ser sol pero también tres dioses.

El sol, muy temprano, es Hathor, la partera y la diosa de la fertilidad, la Señora del Oeste. Harthor lo recibe entre los cuernos de vaca que tiene en la cabeza. Ahí lo llevará por las primeras horas de la mañana, rodeado por una cobra.

El sol, más tarde, es Khepri, el dios con cuerpo de hombre y cabeza de escarabajo. Khepri lo empujará como a una bola de excremento durante el mediodía.

El sol, al atardecer, ya es un anciano, curvado y cansado; con su bastón se ayudará a salir de la barca solar porque muy pronto tendrá que tomar la barca lunar.

El sol, al anochecer, es Autun, un dios con cuerpo de hombre y cabeza de carnero. Autún entrará por la boca al cuerpo de Nout, la diosa de la noche, para comenzar su viaje nocturno por la Vía láctea, el reflejo del río Nilo en el cielo.

El sol navegará entre varios dominios nocturnos: el de los dioses y el de Osiris, para tomar el impulso de las divinidades e intercambiar los impulsos de vida de los muertos que le darán la fuerza de renacer otra vez.

Después seguirá su viaje por las cavernas y las entrañas secretas de Nout; cuando las aguas mengüen, su barca se transformará en una serpiente.

Así encontrará a Apophis, el reptil de 450 colas que amenaza con beber toda el agua del Nilo y Re debrá tomar una ruta secreta para escapar de Apophis, para poder ser de nuevo parido por Nout, y entregado de nuevo a los cuernos de la partera para alumbrar en paz al mundo de los hombres.

Saturday 13 November 2010

Nut


La noche en Egipto:
una diosa arco
hambrienta y
parturienta.
Unas entrañas
como ríos hembras
para las navegaciones nocturnas
del sol y la luna.

Tuesday 9 November 2010

Alma peso pluma


El alma sigue existiendo, no obstante el Siglo XXI. Lo dicen las básculas electrónicas en la exactitud de un número: veintiuno. No es un soplido ni un aliento ni un qué-sé-yo. Es eso que se desvanece en los cuerpos al morir y que hace que los cuerpos pesen misteriosamente 21 gramos menos después del instante de la muerte. No se aloja en el pecho ni en la mirada sino en los recovecos del cerebro, entre los neurotransmisores que circulan por las neuronas.
Los egipcios también sabían que el alma tenía un peso: el de una pluma. Ellos creían que la parte más importante del alma residía en el corazón, por eso era el único órgano que dejaban en los cuerpos de los muertos momificados.
Cuando Osiris los reconocía en el más allá tomaba el alma de su corazón para pesarlo en su báscula. Si pesaba más que la pluma que servía de contrapeso, los obligaba a reencarnar de nuevo en la tierra en alguien más. Si pesaba lo mismo o menos que la pluma, podían continuar su viaje, hasta encontrar en la tercera hora de la noche a Re, el Dios Sol, en la barca de la luna y cobijarse bajo sus rayos.