Tuesday, 9 November 2010
Alma peso pluma
El alma sigue existiendo, no obstante el Siglo XXI. Lo dicen las básculas electrónicas en la exactitud de un número: veintiuno. No es un soplido ni un aliento ni un qué-sé-yo. Es eso que se desvanece en los cuerpos al morir y que hace que los cuerpos pesen misteriosamente 21 gramos menos después del instante de la muerte. No se aloja en el pecho ni en la mirada sino en los recovecos del cerebro, entre los neurotransmisores que circulan por las neuronas.
Los egipcios también sabían que el alma tenía un peso: el de una pluma. Ellos creían que la parte más importante del alma residía en el corazón, por eso era el único órgano que dejaban en los cuerpos de los muertos momificados.
Cuando Osiris los reconocía en el más allá tomaba el alma de su corazón para pesarlo en su báscula. Si pesaba más que la pluma que servía de contrapeso, los obligaba a reencarnar de nuevo en la tierra en alguien más. Si pesaba lo mismo o menos que la pluma, podían continuar su viaje, hasta encontrar en la tercera hora de la noche a Re, el Dios Sol, en la barca de la luna y cobijarse bajo sus rayos.
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